El año era 1957. Mi edad: 13 años. Lugar Guadalajara Jalisco. ¿Destino? Desconocido y cuestionable.
En una noche tibia de primavera, 10 de abril de 1957, por razones que alguna vez tendré motivos para divulgarlas, salí de la casa de mi tío Juan Manuel Bartrina, hermano de mi madre, donde vivíamos junto con mi abuela materna Guadalupe Rodríguez, decía, salí de casa ya oscureciendo con dos monedas de veinte centavos en mi bolsillo… salía para no volver, según yo y sin tener un objetivo en mente me fui.
Permanecí “perdido” por un mes y en ese transcurso sucedieron infinidad de experiencias que quizás pueda compartir con mis amables lectores. En esta y en las siguientes entregas, tratare de recordar y relatar algunos de estos episodios de mi aventura.
Inicio, pues, por el principio con la primera decisión que tuve que tomar.
Al salir de casa me encamine hacia la salida poniente de Guadalajara. Al llegar a la carretera que iba, al sur a México, vía Michoacán; y al norte, a Nogales. Indeciso me la jugué en un volado. Tome la mitad de mi capital, la moneda de 20 centavos y eche la moneda al aire. El suelo era arenoso, la hora del crepúsculo ya había pasado, la luz del arbotante no fue suficiente y perdí la moneda. Así que tomé mi segunda decisión, la primera fue la de escaparme de casa, y empecé a caminar hacia el norte.
En esa época, hace más de medio de siglo, la ciudad de Guadalajara terminaba más o menos donde tiempo después de construyo la fuente de Minerva. Mi caminar en la noche tibia era tranquilo, paso a paso. A un par de kilómetros me encontré con un hombre joven que también caminaba en la misma dirección. Entablamos plática y se fue haciendo amena.
Al llegar al camino que lleva a La Primavera llevaba ya unos 10 kilómetros caminados, sin hambre ni sueño. Me dijo el hombre que él vivía hacia adentro del camino, que estaba a un kilómetro y que quería seguir platicando, me ofreció un peso si lo acompañaba. No me pareció mala la idea y lo acompañe. Caminamos charlando, yo más que él, hasta llegar a una casa al borde del camino. Me dijo, “bueno ya llegamos”, saco una moneda de un peso y me la entrego. De frente y con una poquísima luz pude notar su cara serena y su mirada alegre. Nos despedimos y yo, campante regrese a donde se había interrumpido mi traviesa aventura.
[Es oportuno regresar a estos días, esa ocurrencia que me pasó no creo que ni remotamente le recomendaría a nadie hacer dicha estupidez, sin importar la ciudad o el estado. La ingenuidad de mis 13 años, la falta de malicia y de calle me hizo que aceptara ser acompañante y según yo, seguir la plática que mucho le ha de haber interesado al fulano. Al terminar de mi odisea y recrearla en pensamiento, me daba un remordimiento conmigo mismo de lo que hubiera pasado.]
Esta primera etapa termina cuando unos kilómetros más adelante un camionero que estaba la orilla del camino me saludo y me pregunto hacia donde me dirigía, mi respuesta: “para allá, adelante”. Sonriente me dijo que él iba para Tequila, y me ofreció llevarme con él.
Llegando a la entrada de Tequila me bajé, entré a una gasolinera y empecé a charlar con unas personas ahí. Uno de ellos me dijo que mi chamarrita que llevaba estaba muy buena y me ofreció 2 pesos si accedía a cambiarla por la que él tenía puesta. La vi y creí que era un intercambio justo. Años después supe que mi chamarra era una Eisenhower Jacket... La describo: llega solo hasta la cintura. De lana gris y de color azul como del ejército de los Estados Unidos. La había comprado mi madre en el Faro, de Ensenada y costaba algunos buenos dólares. La que recibí era más larga y cómoda, de mezclilla de color gris oscuro. Satisfecho permanecí en esa gasolinera hasta que obtuviera mi siguiente transporte. Dormitando en una esquina en una silla destartalada, esperé.
En las semanas siguientes intentare continuar con el relato y las varias aventuras.