Existen registros de conservación de los alimentos mediante el uso de hielo en diferentes partes del mundo; los romanos, el imperio chino y los aztecas aprovecharon pozos de nieve en los lugares gélidos.
Durante el siglo XIX, de una forma aislada, Charles Tellier transportó un cargamento de carne exitosamente en el barco frigorífico “Frigorifique” durante 105 días.
Ya en pleno siglo XX, justo después de la Primera Guerra Mundial, durante un viaje, Clarence Birdseye observó que los esquimales dejaban sus alimentos como carne y pescado al aire libre, y que después de un tiempo se encontraban en perfecto estado de conservación. Con esto, llegó a la conclusión de que, para lograr una óptima congelación, se requería un proceso que fuera rápido. A este personaje se le conoce como el inventor de la congelación industrial. Formalmente fundó su empresa “Birdseye Seafoods” en 1922, y gracias a este sistema se empezaron a vender los primeros alimentos congelados en 1930. Con el éxito de este sistema surgió el primer congelador doméstico y gracias a ello la posibilidad de congelar y conservar los alimentos en nuestros hogares, sin tener que consumirlos inmediatamente.
En la actualidad, la mayoría de nosotros contamos con un refrigerador que tiene un congelador consigo. En este pequeño espacio se puede bajar la temperatura hasta -18ºC, que es la temperatura idónea para la conservación de los alimentos de temporada para uso de fechas posteriores.