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El payaso diabólico que asusta turistas

Vislumbres de un millennial ensenadense

  
Nota publicada el 26 de agosto de 2021
por Damian Garibay

Frente al malecón, un payaso terrorífico, con una macabra sonrisa, se planta frente a los turistas y, en vez de ocultarse bajo las alcantarillas, se deja tomar fotografías a cambio de unas monedas.

Comparado con los actores que interpretaron al payaso Pennywise, creado por el monumental escritor Stephen King en el libro Eso (It), este payaso es más bajito, su traje parece confeccionado en casa, pero su terrorífica y carismática presencia rompe con la rutina portuaria.

Un niño llora, una muchacha toma de la mano a su novio y un gringo arroja una palabrota anglosajona cuando el payaso se les aparece en el camino y, del miedo, todos flotan.

Mi mano tiembla al acercar la grabadora a su rostro. Las escenas terroríficas que miré en mi infancia aún no se largan de mi mente. Pero al escuchar su voz, similar a la de mis alumnos adolescentes, me tranquilizo. Detrás de esa máscara se oculta un muchacho, de nombre Eirán, que estudia la preparatoria y que un día quiere ser programador.

Rodeado de eloteros, fruteros, churreros, vendedores de juguetes asiáticos y caballos amarrados a calandrias, el tenebroso payaso se para en la banqueta al terminar sus clases en línea, bajo un sol de piedra, hasta que las luces de los colosales cruceros se encienden en la oscuridad del puerto.

Una vez me doy cuenta que sus dientes no son afilados y no me arrancará la mano, el payaso macabro me explica que desde las vacaciones de verano trabaja en el lugar pues con las propinas que deja el turismo puede apoyar a la economía de su hogar.

En eso, un hombre en chanchas, empuñando una lata de cerveza, se acerca a mi entrevistado para tomarse una foto con su niño quien, atemorizado, se esconde detrás de sus pantalones por lo que prefiere clavar la mirada en unos algodones de azúcar.

Después de la fotografía, el payaso me cuenta que no por ser tenebroso necesariamente todos lo respetan, pues a veces los turistas le agarran una nalga sin su consentimiento, mientras se toman la foto con él.

“Hay mucha gente curiosa, a veces me ofrecen dinero para que me quite la máscara y les muestre mi cara. Un día me ofrecieron 500 pesos por ello, pero me negué, prefiero tener mi privacidad”, dijo parado en sus grandes zapatos rojos sobre una caja de madera que ocupa un trozo de banqueta.

“A veces me ofrecen más dinero para corretear a alguien aquí en el malecón”, expresa saludando con la mano a una señora que avanza lentamente en su automóvil apuntándolo con su celular.

Eirán, el payaso tenebroso de 16 años, que de grande quiere ser ingeniero en programación, dice que su trabajo es asustar, asustar a los turistas que en su visita nos dejan dólares y, que a cambio, regresan a sus ciudades con unas cuantas pesadillas.

Damian Garibay. Aficionado a la literatura, la sociología y la gestión cultural
 
 

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