Por motivo del día del psicólogo decidí escribir algo al respecto, pero primero quiero aprovechar para felicitar a las personas que han decidido dedicar su vida a esta profesión, que a pesar de ser repudiada todavía por algunos, es cada vez más necesaria en la sociedad actual. Se entiende ya la importancia del cuidado de la salud mental y eso en sí, ya es un gran logro.
Pues bien, no me dejarán mentir, cuando uno elige estudiar psicología hay dos posibles razones: la primera se da porque se tiene el deseo de salvar al prójimo, y la segunda ocurre porque existe la necesidad de salvarse uno mismo. Y en la mayoría de los casos todos terminamos aceptando que es más por la segunda. Obvio esto sucede cuando se tiene la noción de dedicarse al ámbito clínico. A mí me encanta escuchar a los colegas aceptar la verdadera razón de haber cursado esta licenciatura, se me hace de lo más humano que hay.
En relación a la carrera como tal, es toda una odisea, quien es psicólogo o está estudiando para eso, tal vez esté de acuerdo conmigo en lo siguiente: pasa que mientras se cursa la licenciatura, es inevitable que ocurra la proyección. Cada tema, cada trastorno y cada síntoma pertenecen al propio estudiante. Uno se transforma en los pacientes que nos lee el maestro, esos que se mencionan en los casos clínicos traídos a clase, y entonces, irremediablemente, se van descubriendo traumas y heridas no sanadas, al mismo tiempo que se logran ver los patrones familiares heredados y las dinámicas en las que estamos inmersos por sistema. Sí, esos patrones dolorosos e inservibles que se te han cruzado por la mente.
Luego recuerdo que después de clases, cuando finalizábamos ciertos trabajos grupales, algunos de mis compañeros se quedaban inmersos en sus pensamientos, como acomodando todo
lo ocurrido, y otros más se conmovían hasta las lágrimas. Y es que ver para adentro es de los actos más complejos y valientes que existen. Es por estas razones, que los maestros solían decirnos que acudiéramos a terapia (cosa que debería ser obligatoria a mi parecer).
Así bien, el recorrido por la licenciatura está lleno de turbulencias y viajes mentales muy duros y caóticos, a la vez que nutricios. Pasamos de proyectarnos en el paciente a por fin ponernos en el lugar del psicólogo. En un momento dado asumimos ese rol (si es que es nuestro deseo), y sucede de manera natural; ahora lo que leo lo percibo desde una postura diferente. Sucedió que nos dejamos de ver como el paciente que se vivía y veía “quebrado” y ahora nos vemos a nosotros mismos como la persona que es capaz de acompañar a los demás; dejamos de ser el “doliente que busca consuelo” y pasamos a ser “la persona que visualizó sus propias heridas y buscó la sanación” para convertirnos después en “la persona que acompaña al paciente en su proceso de sanación”, el PSICÓLOGO.
Para cada quién este proceso de introspección es distinto, pero seguramente, los que llevamos procesos psicoterapéuticos además del estudio, nos podemos percatar de todo esto, y al mismo tiempo, todo ese autodescubrimiento nos sirve para atender al otro, estar presentes y ser empáticos. Y dime, ¿esto cómo te hace sentir?