Algo que posiblemente hagamos la mayoría o al menos varios, es transformar la frase usada en la alimentación “no hay alimentos buenos ni malos, todo depende de la cantidad” cuando tendemos a emitir un juicio de valor, claro, para referirnos a alimentos y hábitos de toda índole pero también para calificar a las personas y a las situaciones complejas que tienen que ver con la ética y la moral, los sentimientos, los deseos... En esencia, la frase se convierte en algo así como “no existe nada completamente bueno o malo en el mundo, todo dependerá de la persona, su contexto y el valor que esta le otorgue al acto” pero también el valor que el espectador le proporcione.
Expresó William Shakespeare que “no existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace aparecer así” y en efecto, solo mediante nuestra percepción es que podemos concebir al mundo y lo que en él acontece, así como darle valor a las cosas. Expresado esto, en esta ocasión escribiré (después de tanto) sobre las expectativas.
¿Y qué relación existe? Pues, las expectativas son una creación subjetiva originada enteramente en nuestra psique y están dotadas de sentimientos, los cuales se originan a partir de las emociones (que son básicas e instintivas) y el pensamiento, atribuyendo juicios de valor a las cosas.
Entonces, las expectativas están impregnadas de sentimientos pero también de fantasía, puesto que son situaciones imaginarias e ideas que ocurren en la mente de cada individuo. Según la definición de la RAE, estas son la “esperanza de realizar o conseguir algo” o “posibilidad razonable de que algo suceda”, pudiendo existir también expectativas catastróficas sobre cualquier cosa (persona, situación, etc.).
Abordado el tema, tengo que señalar entonces que las expectativas no tienen connotación negativa o positiva como tal, no son buenas ni malas pues, todo depende en todo caso, del valor y nivel de fantasía atribuidos por cada persona que las experimenta.
Tienden a volverse contraproducentes cuando se deja de vivir el presente por estar en extremo fantaseando con el futuro: Se piensa en el trabajo ideal, la pareja ideal, la familia perfecta, el éxito laboral. Se establecen objetivos que no siempre dependen de uno mismo, y cuando no suceden como los soñamos, llega la decepción. La persona que elegiste para vivir no es quien tú pensabas y terminaste divorciado, o el trabajo de tus sueños resultó ser uno completamente distinto al que esperabas para ti y eso te incomoda, no te llena a pesar de sentir felicidad, porque no cumple con tus estándares de éxito.
De cuántas cosas nos estaremos perdiendo por las expectativas que nos planteamos. Y más importante aún, a cuánta gente no se lastimará por quererla amoldar a las expectativas del ser ideal.
Te invito a que reflexiones: ¿qué tanta fantasía le adjudicas a tus expectativas y qué tanto valor les das a los demás sobre ellas?