Una nueva investigación publicada en la revista científica American Journal of Preventive Medicine, realizada por expertos de distintas universidades brasileñas y chilenas, con datos recabados en países como Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Colombia, Brasil, México, Australia y Chile, nos arroja datos sobre un problema de salud pública que aumenta de forma silenciosa pero acelerada, se trata de la relación entre el consumo de alimentos ultraprocesados y el riesgo de muerte prematura.
Según la clasificación NOVA que es ampliamente utilizada por la comunidad científica, los alimentos ultraprocesados son aquellos que se elaboran industrialmente a partir de ingredientes derivados de alimentos y aditivos artificiales, a fin de ampliar su vida útil, su apariencia y su sabor.
Se trata de alimentos que han sido diseñados para ser baratos, prácticos e irresistibles, pero lamentablemente son pobres nutricionalmente, se pueden citar como ejemplo las bebidas azucaradas, las galletas, los cereales azucarados, las sopas instantáneas, los productos listos para calentar, los embutidos, los snacks y muchos otros que podemos encontrar en supermercados y máquinas expendedoras.
Dicha investigación se ha basado en un metaanálisis que incluyó a casi 240.000 personas y más de 14.700 fallecimientos. Los datos fueron utilizados para calcular el impacto potencial de este patrón alimentario en la mortalidad prematura en cada país, dependiendo de cuánto suponen estos alimentos en el total calórico que se consume.
Por ejemplo, países como Estados Unidos y el Reino Unido, donde los alimentos ultraprocesados superaban el 50% del aporte energético diario, se podía atribuir hasta un 14% de las muertes prematuras a este tipo de alimentos, en contraste con países como Colombia, donde el consumo medio de este tipo de alimentos es de un 15%, la proporción de muertes se reduce al 4%.
Una de las conclusiones de esta publicación apunta a que es urgente que los gobiernos adopten medidas efectivas para que se reduzca el consumo de ultraprocesados; no basta con recomendar consumir más frutas y verduras, se necesitan políticas activas como los impuestos, un etiquetado de advertencia, regulaciones sobre publicidad dirigida a menores, restricciones en las escuelas y proporcionar subsidios para la compra de alimentos frescos y de proximidad.
En definitiva, buscar el modo de proporcionar un entorno alimentario que facilite las elecciones saludables en vez de obstaculizarlas.