Los pelos de la Mula y Victor

Nota publicada el 20 de mayo de 2001
por Elizabeth Vargas

La historia de Víctor, el niño abandonado con una válvula que lo mantiene vivo, es solo una de las muchas desgarradoras historias de criaturas que antes de llegar a la adolescencia han conocido todo el dolor, la desesperanza y el desamor que da la indiferencia.

Para muchos el abandono de un pequeño solo merece un calificativo: Infamia.

¿Víctor, es por ahora un cúmulo de preguntas sin respuestas, una interrogante del que o del quien, del porque?.

El día que lo conocimos, el chiquillo se acercó a nosotros con la mayor naturalidad, sin la timidez que nace del abandono, nos besó en la mejilla, nos sonrió y luego respondió una a una todas las preguntas que le hicimos.

No hubo titubeos en las respuestas y aunque algunas me parecieron fantasiosas e increíbles, hubo datos, detalles, palabras casi imposibles en los labios de un niño de esa edad que nos hicieron sospechar lo que ahora hemos confirmado.

Víctor es hijo de una mujer que no lo quiere, trabaja por las noches en un bar y a su padre no le interesa saber de él.

El pequeño se le escapó al abuelo que lo tenía bajo su custodia.

La historia entonces no cambia, el pequeño no tiene a nadie, pero la ley, esa ley que no necesariamente es justa, pudiera determinar que el chiquillo regresara a su madre, aunque el niño no la quiera, ni a la madre le interese cuidarlo.

Víctor tiene otras opciones; hay ya, mas de dos familias interesadas en adoptarlo, en convertirlo en parte de ellos, en darle un lugar estable, en cuidarlo y hacerse cargo de una atención a la que la mayoría daríamos la vuelta, porque ocupa, tiempo, espacio y dinero.

Sin embargo, las leyes son claras, son frías, son leyes.

Víctor, deberá observarlas, deberá aceptar que el no puede decidir que ya no quiere estar en donde estaba.

Deberá por obra y gracia de la natural indiferencia que da la frase; lo que establece la ley que por cierto no distingue en muchas ocasiones entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo bueno y lo malo, que el hecho de ser niño no lo exime de apegarse a ella.

Él, solo tiene 10 años, no puede decidir, no tiene opciones, no puede como un adulto, decir, no quiero estar en este sitio, no quiero que me ignoren o que me descuiden.

Él tendrá que apegarse a la ley simple y llanamente, deberá agachar la cabeza y aceptar regresar al lugar de donde huyó.

La decisión es ahora de otros de la ley, de las autoridades, de las reglas que pueden determinar, cuando, como, donde y con quien.

Víctor y su vida, quizá lo poco que le queda, pertenecerá a los documentos, a los códigos, a las leyes, a las determinaciones de personas que si bien están facultadas para decidir, no tienen 10 años, no tienen puesta una válvula que garantiza su supervivencia, ni le han pedido a nadie en la calle, una mamá que los adopte o una familia con la cual vivir.

¿Habrá alguien que pueda convencerlo que eso es justo?

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