Por: Oscar Villarino Ruiz.

Lo que guarda nuestra memoria de las comidas allá en el rancho, lo vamos a platicar para recuperar algunos momentos culinarios históricos, en la medida que hemos dejado de saborear estos alimentos y los hemos sustituido por otros, ahora que vivimos en la ciudad.

Al levantarnos, lo primero que degustábamos era un sabroso café de calcetín, servido en un pocillo de peltre, con leche de vaca recién ordeñada, en una cocina que se calentaba por la estufa de leña, atizada con troncos y palos previamente cortados.

Los desayunos, cuya base eran los frijoles refritos con manteca y las tortillas de harina, acompañados de huevos preparados con distintas verduras: nopales, ejotes, espinacas, berros, acelgas, cebolla, tomate, chile verde california. Con queso fresco y requesón. Y le agregamos, arroz con leche y piloncillo, una sabrosa avena o una crema de trigo con leche bronca. Papas con chorizo de puerco o de abulón: papas con spam (carne de caballo nos decían) o con jamón del diablo. Hay algunos desayunos, que después pasaron a ser solo comidas: pescado frito o bien, unos abulones cortados finamente, unidos cada trozo por un caldillo cremoso a base de harina, cebolla, tomate y chile california y especies sazonadas.

Las comidas que Doña Leonor nos preparaba aun están en mi memoria: sabores, colores, olores y el sazón especial que ella le ponía, en un ambiente único e irrepetible de la vida en el rancho.

Aun me saboreo una rica machaca de carne seca de res o de venado, con cebolla, tomate y chile california, acompañado de frijoles, arroz rojo y tortillas de harina.

Otro día, después de visitar a los pescadores ribereños, mi Mama preparaba un pescado al horno en la estufa de leña con verduras en las rajas que se la hacían al pescado, con orégano, ajo, pimienta y sal, acompañados de arroz blanco, salsa de soya y tortillas. Otras veces, langosta preparada con mantequilla y ajo molido o bien, una ensalada de langosta. El abulón lo preparaba en caldo o frito en trozos empanizados con harina. Y comíamos esto, pues Don Goyo, mi padre hacia trueque con los pescadores al cambiarle pescados y mariscos por frijoles, elotes y calabazas.

A ninguno de mis hermanos se les olvidan los nopales con carne en chile colorado, con arroz rojo, frijoles y tortillas de harina. El caldo de papas con trocitos de carne seca en salsa de tomate, agregándole al final trocitos de queso que flotan en aquel sabroso caldo.

Hay un guisado inolvidable: una calabaza tierna picada, de esas que crecen grandes y son para hacer dulce, con elote desgranado sin cocer, cebolla, tomate, chile california sazonada con pimienta y sal, agregándole al final trozos de queso para que se derritan y expandan por todo el guisado.

Los choros que nosotros sacábamos, nos los comíamos recién cocidos con limón y chile en la concha, o en un exquisito escabeche preparado por Doña Leonor. Los tamales de elote: dulce con pasas o salados con Spam o jamón del diablo con trozos de quesos y rajas de chile california y acompañados por unos frijoles refritos, es un platillo para no olvidar.

Otra de las comidas era el conejo frito o al horno; chacuacas en caldo o fritas o al horno, que sustituían la carne de res o de pollo, pues nos lo comíamos el mismo día que se cazaban.

De esta manera, quisimos hacer un pequeño recuento culinario del rancho donde crecimos, espero se les haga agua la boca como a mí me paso al momento de escribir estos renglones. Y faltaron los postres.