Recientemente tuvimos el supuesto fin de semana más consumista del año, es aquel en el que las grandes empresas nacionales y transnacionales se las arreglan para endeudarnos a plazos por objetos bonitos y/o útiles, pero no de primera necesidad.

Es interesante como en este fin de semana las ofertas no incluyeron comida ni otras cosas que difícilmente dejamos de comprar diariamente. Esto es un reflejo de aquello que soñamos poseer por la seducción consumista donde “tener” es igual a “ser”.

¿Pero cómo afecta esto nuestra sexualidad? Cuando la gente se droga, come o tiene sexo, se estimula un área del cerebro llamada ‘núcleo de accumbens’. Además, nuestros centros cerebrales están más abiertos ante aquello que estamos acostumbrados a sentir. Si cotidianamente nos sentimos alegres, será más fácil que nos mantengamos así. Si por el contrario, estamos constantemente en el enojo, nos será más fácil verle el lado amargo a cada asunto en que estemos.

Entonces, a causa del consumo constante de cualquier cosa que hacemos por compulsión, ya sea comer, comprar, ver pornografía o consumir droga, nuestro cerebro estará cada vez más adaptado a los neurotransmisores que nosotros asociamos con sensaciones placenteras que con el tiempo se vuelven difícilmente accesibles por otros medios. Así es como nacen las adicciones. Además, no solo el cerebro se adapta a estas sensaciones, sino que de alguna manera “las pide”.

Actualmente vivimos en una constante carrera por tener más y de una manera más rápida para tener a raya nuestro “instinto de consumo”, lo que ha venido trayendo como consecuencia varios cambios en el comportamiento sexual de las personas, así como de las disfunciones que presentan.

Unos de los comportamientos más comunes, sobre todo a partir de que existen los teléfonos y otros accesorios con acceso a internet, es el encuentro sexual electrónico por medio de redes sociales con esos fines, el chat erótico, la pornografía y las videollamadas con personas conocidas o desconocidas.

Obviamente esto no sustituye del todo el acercamiento sexual de un beso, una caricia o el encuentro íntimo con una pareja. Sin embargo, se ha visto que mucha gente comienza a sustituir esto total o parcialmente con su actividad erótica por medios electrónicos. Esto debido a su accesibilidad, rapidez, practicidad y el subjetivo placer que conlleva.

Por otro lado, el acto sexual carnal ha sido llevado a este tren donde la rapidez y la consecución del orgasmo como un objetivo primario, se vuelve en nuestra contra. El promedio de duración de un acto sexual en diferentes países oscila alrededor de los quince minutos. Esto explica la queja cada vez más común, a pesar de todos los avances tecnológicos, de que el orgasmo es difícil de conseguir tanto para mujeres como para hombres. Leyó bien. Hay un número creciente de hombres que ya no solo se quejan de disfunción eréctil, sino de incapacidad para llegar al orgasmo, incluso por medio de la masturbación.

Desde luego esto no es culpa del internet ni de las tiendas. Hay toda una estructura detrás de todo esto. Lo importante es que nos cuestionemos como nos alejamos de nuestras prioridades más básicas e incluso de placeres profundos con tal de conseguir aquellos que son efímeros y superficiales. Algunas personas pueden argumentar que tomarse el tiempo para hacer ciertas cosas es imposible, pero si analizamos la cantidad de tiempo que pasamos en redes sociales, el teléfono, los tiempecitos extras en el trabajo, podamos encontrar tiempo suficiente para el disfrute no solo del sexo, sino también de la comida o una buena conversación.

De esta manera nos daremos cuenta de que la cantidad de todas esas cosas no es comparable con la calidad de lo que podemos ser. Así podemos prevenir problemas económicos, de salud, sexuales y psicológicos.