Si se trata de creaciones gastronómicas, los orientales han conquistado miles de adeptos con el Sushi y el Sake, pescado crudo y licor estilo japonés, respectivamente, pero quienes saben de manjares gastronómicos saben que el Ceviche y el Tequila, orgullosamente mexicanos, cuentan con igual o mayor reconocimiento que aquéllos.

Este leve ejercicio de comparación tiene como finalidad destacar, someramente, las aportaciones que las culturas mexicana y japonesa, por separado, han hecho en campos tan diferentes como el arte y la gastronomía. Pero si el comparativo lo hacemos en el campo político, a partir de la fusión de estas dos culturas, los resultados son más interesantes aún.

Comentábamos en una colaboración previa sobre el Nipontismo, aportación de los políticos de ascendencia japonesa que incluyen a sus vástagos en la nómina oficial, citando como ejemplo recientísimo al Alcalde Gilberto Hirata Chico, que en cuanto rindió protesta en el cargo giró instrucciones para que el sueldo de su nene Takayuki Hirata, se cubriera con cargo a las arcas del ayuntamiento ensenadense.

José Suzumo Asano, descendiente de japoneses avecindado en Jalisco, empresario en ramos tan diversos como construcción, manufactura de placas para vehículo, servicios de tecnología avanzada en vigilancia y seguridad, famoso en México por ser beneficiario de multimillonarios contratos sin licitación por parte de la Sedena, y en Baja California por ser titular de los derechos del pleito legal enderezado contra Sempra por los terrenos en donde se encuentra instalada, también tiene algo qué aportar en este tema de las fusiones. La famosa versión mexicana de los cohechos, sobornos o mordidas, han sido refinadas por don José Suzumo, hasta quedar convertidas en lo que hoy se conoce como Suzumoches.

El Suzumoche, al igual que el Nipontismo, vio la luz pública primera en Ensenada, en enero de 2011, cuando un hijo del entonces Alcalde Enrique Pelayo se vió beneficiado -y balconeado- con un depósito en su cuenta bancaria por algo así como 2 millones de dólares, cuyo origen nunca se explicó convincentemente, pero al que siguió la clausura temporal de las instalaciones de Sempra por órdenes tajantes emitidas por el padre del joven agraciado con el Suzumoche. Obviamente, la intención de tan generosa aportación fue granjearse la voluntad de la autoridad, que ni tarda ni perezosa utilizó a la fuerza policiaca a su mando –o sea la cuicada municipal- para clausurar Sempra y enviar el mensaje a sus directivos de la conveniencia de llegar a un arreglo con Suzumo.

En este mundo globalizado, hoy nos enteramos de la versión trasnacional del Suzumoche: una denuncia federal radicada en San Diego, California, involucra a José Suzumo Azano en aportaciones en efectivo para campañas políticas, algo que tienen prohibidísimo hacer quienes no hayan nacido en suelo estadounidense o hayan adquirido la nacionalidad norteamericana independientemente del suelo donde nacieron. El Suzumoche con los Pelayo estaba destinado a presionar a Sempra. Que oscuro interés tenía el Suzumoche en San Diego, si la petición –según ha trascendido- era efectuar cambios en los mandos policiacos en la referida ciudad californiana? A qué otras inconfesables actividades se dedica el Corporativo Azano, que para garantizar sus operaciones, también requiere de cuadros a modo en los mandos policiacos californianos?

Los guerreros japoneses caidos en desgracia tenían como salida a sus males el Harakiri, la inmolación por mano propia introduciéndose un sable en el vientre. Hoy, a Suzumo le cambian el oriental sable y le aplican el mexicanísimo Machetazo a Caballo de Espadas, de la que no lo salva ningún Suzumoche, que parece ser la única fórmula de negociación que conoce.