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La trágica tormenta de 1978

Anécdotas con Yukio Nishikawa

Nota publicada el 18 de diciembre de 2014
por Rafael González Bartrina

En el año de 2004 decidí retirarme de mi trabajo en la agencia de Servicios Humanos y Salud del Condado de San Diego. Ya desde un año atrás veníamos planeando el regreso a Ensenada. Había la idea de buscar hacer una reincorporación a la vida normal y relaja de Ensenada.

Tuve la fortuna de re-encontrarme con muchos antiguos amigos y conocidos de la infancia y adolescencia. Sobresalientemente aparece en escena Yukio Nishikawa Kinomura. Yukio y yo nos conocimos, allá por 1949 cuando coincidimos en la Escuela Maestro Matías Gómez en el segundo grado. A mi regreso tuve la oportunidad de colaborar con Yukio en la organización del Festival Ensenada de Todos, Suma-de-Culturas durante unos años. Fue durante estos años que en alguna ocasión, aprovechando tiempos de espera Yukio dedicaba a recordar tiempo pasados, de los que por mi ausencia, desconocidos por mí.

Visitando el pasado en nuestra platica del recuerdo una tarde, nos enfocamos a tratar de hacer un recuento de los compañeros del primer año de la Secundaria Federal 322-2 hoy Secundaria Migoni. Encontramos este tema de ser sumamente generoso en recuerdos. El año de septiembre 1945 a junio de 1955 nos unió a un sinnúmero de variados personajes de los que es siempre muy ameno recordar. Había dos “primeros” el de los “grandes” y el “mixto” el de los grandes estaba en la parte posterior del edificio principal y era de los salones “portables” originales que habían (eran 2) Ahí estuve por el primer semestre de ese año. Al regresar de vacaciones navideñas fui asignado al otro primero. Este estaba al final del pasillo, junto a la sala de armas. En el asistíamos hombres y mujeres.

Con cada nombre que recordábamos de nuestros compañeros y compañeras Yukio se deleitaba de exponer su rica y portentosa memoria en mencionar lo más importante y hasta donde era posible la actualización de cada uno de ellos o ellas.

Deberé de dejar para otra reseña la narrativa de muchas de las anécdotas ocurridas durante ese año.

Es en esta ocasión que quiero enfocar el motivo de la presente reseña al recuerdo que Yukio hizo de uno de nuestros compañeros de salón: Luis González Ruiz.

Me contaba Yukio, que en 1977, Luis había sido electo Presidente Municipal de Ensenada. No había pasado, mucho tiempo cuando en los primeros días del mes de marzo, Ensenada sufrió los efectos trágicos de una tormenta de lluvia que se prolongó por días sin final. Llovía por horas sin descanso, luego de pequeños periodos de calma, la tormenta recrudecía y el diluvio continuaba.

La maquinaria de respuesta en caso de desastre en el municipio, era inexistente. Los daños físicos eran en toda la comarca. Al sur caminos rotos y puentes destruidos, Al oeste el puente de San Miguel colapso cobrando la vida de un agente Federal de Caminos. Al noroeste la caída del puente de Guadalupe dejo incomunicado totalmente el poblado. Entre otros muchos, y mucho más graves daños, como el desbordamiento del arroyo de la Munguía y las inundaciones en la zona urbana que reflejaron una cantidad imprecisa de víctimas, tanto damnificados, como desaparecidos y descensos.

Recordaba Yukio que temprano la mañana del día 4 o 5 de marzo en una plática telefónica con Luis González, este le pedía algún concejo en qué hacer en el problema específico de Guadalupe. Los pocos recursos hacían casi imposible en pensar en algún puente aéreo con la población de Guadalupe; se requerían víveres y medicinas y material de abrigo en forma urgente, Luis le decía, que cualquier idea sería grandemente apreciada.

Yukio, al terminar la llamada con el Presidente Municipal, se hizo acompañar de algunos conocidos, entre ellos, trabajadores de las industrias pesqueras. Se dirigieron al Valle de Guadalupe. La carretera se mantenía en condiciones de servicio hasta llegar al lugar donde está, cruza el arroyo. Ahí el puente, simplemente había desaparecido.

Los grandes pedazos de concreto habían sido empujados corrientes abajo, como si fueran hechos de espuma de poliuretano. Luego de aparcar el vehículo y lograr acercarse a la margen del crecido arroyo un grupo de pobladores, del otro lado, se acercaron, aun así, la distancia era considerable, la furia del enardecido arroyo impedía la comunicación, de otra forma más que visual. Los gritos, decía Yukio, los regresaba el ruido del viento y del agua.

El intentar tratar de llevar un “cabo de vida” por medio de alguien que intentara cruzar a pie/nadando era simplemente impensable. Al cabo de unos minutos, Yukio, recordó que en el vehículo llevaba algunos de los materiales de práctica y entrenamiento de los Boys Scouts, entre estos, había un arco y algunas flechas para tirar al blanco. Las trajo y colocándose a la cintura una soga amarrada al otro extremo de una piedra a la orilla del arroyo, se acercó, temerosamente más con precaución hasta lo más posible del otro grupo al otro lado. No había manera de arriesgar a perder ninguna flecha, eran solamente unas cuantas. La idea en principio era lograr proyectar la flecha, la cual llevaba amarrado en su cuerpo un delgada lina de pescar, liviana en su peso, resiente en su materia, que, de tener éxito, serviría para poder hacer llegar un bajo o mecate de mayor diámetro y resistencia.

El objetivo era, antes de mucho tiempo, hacer llegar un cable de acero de ¼ de pulgada capaz de mover a través del arroyo una canastilla para el traslado de lo más urgente y necesitado. La idea, la explicaba Yukio, era sencilla, ingenuidad mexicana en su máxima expresión. Se contaba con el arco, con la line de pesca, con otro de mayor diámetro, con mecate delgado, con otro mecate más grueso, con el cable de acero. Ya estaba listo el motor portátil para jalar el malacate.

Los intentos de hacer llegar la primera flecha fueron fútiles. Si no fuese por el drama que se vivía, hasta se veía cómico. Un moderno “flechador del sol” que veía que sus proyectiles no llegaban más que a la mitad de la distancia buscada, Tláloc no cooperaba, la lluvia no amainaba, no daba indicios de ceder. Una de las flechas se atoro en unas ramas y hubo que cortar la línea. El optimismo sobre la ingenuidad mexicana se debilitaba. Se buscó otro, y otro lugar, que si más cerca, que si aprovechando la corriente, que si la curva del arroyo.

De pronto, la lluvia ceso, de golpe; el viento calmo, de golpe; el ruido del agua al correr era el único sonido prevalente. Momentos que se aprovecharon. Del lado del poblado, armados con largos carrizos, había docenas de personas esparcidas a lo largo de la rivera del arroyo. Nuestro moderno “flechador del sol” aprovechando la calma de la tormenta hizo un nuevo intento. La flecha cruzo el húmedo espacio aéreo llevando tras de sí un delicado casi imperceptible hilo de esperanza. Le faltaron algunas decenas de metros para caer en tierra firme. Sin embargo que atorada y al cabo de algunos momentos los lugareños, pudieron al fin tomar posesión de tan valioso “cabo de vida”.

La continuación de la operación rescate de Valle de Guadalupe fue completada con éxito.

Yukio terminaba su relato haciendo notar que la ingenuidad mexicana, al parejo con la tenacidad y voluntad había prevalecido.

Una más de las muchas historias sino olvidadas quizás nunca conocidas. ocurridas durante la trágica tormenta de marzo de 1978.

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