Lo conocí a finales de los 80, en ese entonces, yo estaba a cargo del restaurante el China Land al que llegó a visitar porque estaba cerca de la Central Camionera, traía consigo su equipaje en una canasta con ruedas, y después de invitarle a comer, me di cuenta que también ocupaba un lugar donde hospedarse, aceptó mi ofrecimiento y se quedó a dormir en un cuarto de utilería del lugar.

Desde esa ocasión, el China Land se convirtió en una especie de refugio para Ángel Legy cada vez que visitaba Ensenada.

Al poco tiempo de entablar su amistad, supe que la comunidad china le calificaba a él de rōnin (hombre vagabundo), porque nunca tuvo un trabajo estable. A diferencia de la mayoría de los chinos migrantes, se mantenía vendiendo cacahuetes en los bares y cantinas de Mexicali que preparaba con su propia receta y vivía en los cuartos económicos en la zona de la Chinesca.

A pesar de su apariencia, era un hombre muy culto, viajaba cada vez que podía, le ganaba a todo el mundo en tenis de mesa, pintaba en tinta china magistralmente, y sobre todo era un excelente cocinero de la provincia de Sichuan. A pesar de que nadie le ha dado un reconocimiento, ni mucho menos lo aceptan como un hecho, gracias a su estilo de cocina, elevó mucho la calidad de la comida china en Mexicali que era principalmente de estilo Cantonés.

Repentinamente, hace algunos años, perdí la huella de Ángel Legy, personalmente, le tengo un profundo agradecimiento porque muchas de sus ideas trasformaron en parte la historia del China Land y la Galería 19, además de influirme en la manera de ver y vivir en este mundo de una forma diferente.