A propósito de los operativos para liberar del consumo de alcohol la playa municipal, la semana pasada le planteamos sobre lo que debería ser la reglamentación para este espacio. Sólo el 5 por ciento de los participantes opina que debe permitirse, el resto se divide entre prohibirlo y regularlo. Gracias a todos por participar.
Aunque este es un ejercicio muy modesto, queda claro que lo no deseado es el consumo de alcohol sin restricción alguna. Al parecer en eso estamos de acuerdo.
La prohibición podría ser una de las alternativas, las más sencilla desde un punto de vista ejecutivo, pues a nivel normativo solo implica agregar una cosa más a la lista de lo que no debe hacerse en la playa, o bien, seguir las mismas consideraciones que se tienen con todos los espacios públicos.
Sucedería entonces lo mismo que siempre pasa cuando una política se endurece: el peso del reglamento cae sobre los que no pueden convencer de alguna forma al encargado de aplicarlo.
Por otra parte mantendría los beneficios económicos para los que tienen una empresa que legalmente puede servir alcohol a quienes disfrutan de una tarde frente al mar. Coincidentemente es el caso del alcalde Novelo y su familia, pero definitivamente no se trata del mismo mercado... ¿o si?
Regular el consumo sería complicado, especialmente al momento de establecer los criterios y aplicarlos, sin embargo tendría sentido en una ciudad que presume de ser una capital gastronómica con decenas de ofertas en vino y cerveza artesanal. Complicado pero no imposible.