Es increíble que cuando uno quiere hablar o escribir de niños automáticamente se sienta cursi, piense en juguetes y en dulces y la imagen inmediata sea un bebé que sonríe, hace pucheros o trata de dar los brazos.
Los niños son sencillos, nosotros los complicamos.
Ha fuerza de escuchar nuestras quejas, han entendido que el trabajo es pesado, el dinero no se da en macetas y los políticos son por lo regular tramposos.
Aunque estemos con ellos físicamente, rara vez los escuchamos.
Si los escucháramos con detenimiento, entenderíamos que los gatos y los perros son sus amigos, que pokemones y digimones no son parientes y el Batman del futuro no es el mismo que nosotros conocimos... ni hablar del muy californiano Jonhy Bravo.
A los niños no les interesan las dietas. Ni las de su mamá, ni las de su papá.
Prefieren una pizza o unos nachos, la nieve y las paletas heladas, no importa cuantas calorías tengan o que sean comida chatarra.
Los niños detestan el humo del cigarro y no ocupan para aterrizar el estrés excesivo, una lata de cerveza o una copa de vino, para ellos es suficiente un abrazo fuerte o un beso tronado.
El mismo pequeño que no logras despegar de la computadora o los juegos electrónicos, te escuchará embelesado cuando le cuentes un cuento y si su edad no supera los cinco años, prueba con caperucita y el lobo (y hazle como lobo).
Para los niños la competencia a la que nosotros estamos sometidos no es importante si eres tu su papá o su mamá, siempre pase lo que pase serás el mejor, el mas guapo, el mas inteligente, el mas fuerte, la mas bonita del universo o de aquí a la luna.
Los niños debían de ser para la humanidad toda, la justificación para la paz, para la humildad, para la equidad, para el respeto, para la honestidad, pero si no es así, para todo el mundo, tú por lo menos si aplícalo con ellos en casa.