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Juan soldado ¿asesino o mártir?

El caso del homicidio de la pequeña Olga en Tijuana

Nota publicada el 1 de junio de 2017
por Rafael González Bartrina

Nuestra historia de esta semana se centra en la población de Tijuana, Baja California en el año de 1938. El mes era febrero. Una combinación de circunstancias desde la crisis laboral, hasta los desafortunados incidentes en los sindicatos y uniones había provocado un general malcontento en la población.

El día 14 de ese mismo mes la niña Olga Camacho, de escasos 8 años, hija del líder del sindicato de cantineros había sido despachada por su madre a la cercana carnicería para comprar la carne que sería preparada para cuando el padre llegara al salir de su trabajo. Olga no regresó. Al notar su retraso, la madre de Olga busco la ayuda de los vecinos, quienes buscaron frenéticamente toda la noche. Ya se vislumbraban las primeras luces del día 15 de febrero. En un lote baldío a espaldas de un taller mecánico, a media cuadra de la comandancia de policía, a medio enterrar, encontraron el cuerpo de la pequeña. Su cuerpo mutilado y cercenado. Con muestras de haber sufrido una terrible violación.

La indignación de la familia y de los vecinos aumentó de momento en momento. Ya para las horas de la media mañana una turba sin control demandaba a grito abierto justicia y venganza. Por espacio de tres días y tres noches los disturbios continuaron y crecieron. La situación era tal, que el mismo presidente Roosevelt dio instrucciones de estar informado, al momento. El Gobernador del Territorio norte de Baja California, Coronel Rodolfo Sánchez Taboada, notificó por medio de telegrama al Gral. Lázaro Cárdenas en su carácter de presidente de la república, quien dio órdenes precisas y contundentes, “encontrar al culpable”, el general Manuel Contreras, al mando de los soldados estacionados en Tijuana declaró estado de emergencia para las tropas.

Tijuana en ese tiempo tenía una población estimada en alrededor de 20,000 habitantes. La gran mayoría de ellos, al enterarse de los detalles tan dramáticos del crimen se manifestaban con indignación. Pronto se pasó de los gritos a la violencia. La turba incendio las oficinas del ayuntamiento y la comandancia de policía. El ejército tratando de controlar hizo primero disparos al aire, sin resultado positivos. Enseguida bajaron el nivel de las armas y dispararon contra la multitud. Romano Maldonado de 8 años, Salvador Vázquez de 14 y Vidal Torres de 56 fueron heridos fatalmente y sus cuerpos quedaron en medio de la calle. Catorce personas mas resultaron heridas de bala.

Juan Castillo Morales tenia 24 años cumplidos, era, soldado raso del ejército. Su esposa lo reporta a la policía por haber llegado manchado de sangre en sus ropas. Rápidamente es detenido y según algunas versiones confesó ser el culpable del horrendo crimen de la pequeña Olga, muchas personas, pensaron que fue solamente un “chivo expiatorio” las autoridades tenían que encontrar quien pagara por el crimen. El tiempo pasaba y la enardecida multitud aceleraba sus muestras de descontentos.

El juicio sumario contra Juan Castillo Morales duró unas cuantas horas. El veredicto final. ¡Culpable!

Por la mañana del 17 de febrero de 1938, Mario Jiménez trabajaba escavando tumbas en el panteón municipal cuando notó la llegada de un contingente de soldados conduciendo un reo. Mario y muchas otras personas ya se habían enterado de un persistente rumor al respecto del procesamiento del criminal confeso de Juan, el soldado. Se le aplicaría la “ley fuga” Mario y los, quizás cientos de espectadores siguieron paso a paso la marcha del contingente.

En las colinas de alrededor del panteón se congregaron quienes querían ser testigos del cumplimiento del veredicto. En medio de un total silencio. No hubo ni muestras orales a favor ni en contra. Testigos mudos todos. Las versiones de lo que aconteció variaron. Hubo quienes vieron a Juan, el soldado, pedir clemencia y negar rotundamente su culpabilidad, otros dijeron que en acto de arrepentimiento rezaba en voz alta y pedía a Dios que se apiadara de su alma y le diera el perdón final.

La sentencia se cumplió. Suelto de sus amarres se le dijo que corriera por su vida. Juan corrió, y las descargas de los rifles se dejaron escuchar. Su cuerpo quedo cerca de la tumba que cavaba Mario Jiménez.

Ese día murió Juan Castillo Morales. Ese día nació “Juan Soldado”. Cuenta la gente que poco tiempo después alguien notó muestras de sangre fresca en la tumba de Juan Soldado. Como si brotara de su interior. De la nada aparecían veladoras y tributos. Con el tiempo se le atribuyeron varios milagros y su tumba fue por muchos años visitada por curiosos y fieles.

Bastante se escribió sobre este tema. Paul Vanderwood profesor emérito de Historia de México en la Universidad del Estado de California en San Diego (SDSU) escribió un muy completo libro titulado Juan Soldado: Violador, Asesino, Mártir, Santo.

La Iglesia Católica repetidamente ha negado el reconocimiento, ni siquiera la posibilidad, de los favores o milagros otorgados por Juan Soldado. Sin embargo fue objeto de “canonización popular”.

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