Esta semana los quiero llevar, en un paseo imaginario a una de las misiones Bajacalifornianas de la que menos se comenta. Se trata de la Misión de Santa Catalina Virgen y Mártir.
Primero les diré que su ubicación fue una de las más estudiadas de todas las misiones de la Baja California. No bastó solamente el hecho en que en ese tiempo había suficiente agua en sus alrededores, sino que calcularon y obtuvieron testimonio de parte de los nativos de la región de la frecuencia en el pasado de las lluvias. Es una zona que en general es una planicie, entre las sierras de Juárez y de San Pedro Mártir en sus cercanías encontramos el Valle de la Trinidad, el paso de San Matías, comarcas de los pueblos nativos tanto Pai Pai como Kiliwa.
Era por allá en el año de 1794 cuando el sargento Manuel Ruiz acompañado del dominico Tomas Valdellón encontró por primera vez este valle. La ubicación era lo que se precisaba. Nativos que convertir al cristianismo, agua y tierra fértil para convertir el desierto en vergel. En ese año se
había fundado la Misión de San Pedro Martir de Verona en lo más recóndito de la sierra que hoy lleva su nombre, misma que por lo inaccesible no prospero.
El padre dominico José Loriente, siguiendo las recomendaciones del padre Valdellón inicio la construcción de esta misión de Santa Catalina Virgen y Mártir en 1797. Se utilizaron los materiales de construcción al alcance: piedra para los cimientos, adobe para las paredes, cal y arena. La primera construcción que se erigió fue un curto de techo plano con dimensiones de 10 metros de largo por 5 metros de ancho. Posteriormente se añadió una torre de observación, después, un taller, un granero y un dormitorio.
Ya para el año de 1824 se reportó una población de aproximadamente 600, principalmente Paipáis. Este censo deja ver la importancia que representaba. No había ninguna otra misión que tuviera esa cantidad de pobladores.
El valle dio magnificas cosechas de maíz y trigo. Se inició la crianza de ganado vacuno y bovino.
No todo era paz y tranquilidad, con cierta frecuencia se sucedían altercados con otros grupos indígenas que no simpatizaban con los misioneros y que hacían responsables tanto a ellos como a los soldados del contagio de enfermedades, anteriormente desconocidas para ellos.
Uno de esos grupos eran los Kiliwas que habían sufrido las consecuencias de epidemias de “hombre blanco”
En el verano de 1840, como todos los años en la misión de Santa catalina, se organizó la recolección del piñón. Un evento que congrego a la mayoría de los adultos de la misión. Soldados, misioneros, neófitos y conversos Paipái. Había que ir a la cercana, hoy llamada Sierra de Juárez. Muy significativa es la colecta del piñón, ya que es una circunstancia en que todos los adultos participan por un bien común. Hecho que non había pasado desapercibido por los Kiliwa, vecinos del sur del hoy llamado Valle de la Trinidad y que en ese tiempo tenían un antagonismo contra los paipáis y europeos.
Al amparo de las sombras de la noche y antes de amanecer el nuevo día, los Kiliwas irrumpieron en el lugar. Causando destrozos e incendiando la misión en su totalidad. Mujeres y niños fueron víctimas de las atrocidades. En total 16 Paipáis murieron en el ataque
Por la tarde, ya desde lejos los misioneros y soldados se percataron de la columna de humo que evidenciaba la destrucción. Los Paipáis, sabiendo quienes eran responsables del ataque de inmediato emprendieron la persecución, dando alcance a los asesinos en las faldas de la Sierra de San Pedro Martir. Cegados por la venganza, no tuvieron piedad y atacaron sin misericordia, abatiendo a casi todos los Kiliwas que no pudieron ni defenderse, ni huir.
La desgracia de este acontecimiento fue definitiva. Las ruinas del lugar fueron mudos testigos de la tragedia. Cenizas y sangre fueron las huellas que quedaron de lo que fue en su momento una de las misiones más importantes de la parte norte de la península. Nunca fue reconstruida. Hoy existe en su lugar en centro de población de un par de cientos de habitantes. Santa Catarina, fue nombre que se impuso al sitio, (Waíu-ichí) que según entiendo significa “casa quemada vacía”
aun habitado por nativos paipáis que sobreviven en la escasa agricultura trabajando la yuca y la jojoba, y en la venta de artesanías. Hoy en día, rencores y ofensas olvidados, nuestras comunidades de nativos bajacalifornianos viven en tranquilidad y en paz entre ellos.