Durvillaea Antárctica es el nombre científico de esta alga marina que puede crecer hasta los 15 metros de longitud, de color pardo verdoso cuando está en el mar y pardo rojizo al secarse, su consistencia es carnosa.
Durante muchos siglos ha formado parte de las costumbres alimentarias de las comunidades indígenas sudamericanas, en Chile la aprovechan para hacer ensaladas, sopas, platillos y dulces. A pesar de que ha bajado mucho su consumo, el gobierno y las instituciones educativas chilenas insisten en preservar su aprovechamiento mediante campañas de publicidad y talleres de cocina.
En nuestra costa, aunque abundan muchos tipos de algas, y son una de las fuentes de alimento más importante para distintos tipos de peces, crustáceos y mamíferos de la entidad, solamente se aprovechan algunas: Macrocystis pyrifera, Gelidium robustum y Chondracanthus canaliculatus al convertirlas en nutrientes para la agricultura y materia prima en ficocoloides como son alginatos, agar y carragenanos.
Gastronómicamente hablando, nuestras “verduras de mar” son poco aprovechadas por nosotros y quizá el esfuerzo por parte de Nacho Beamonte ha sido una excepción (les invito a ver su artículo). Históricamente no hemos usado el alga marina, pero con un nuevo enfoque y sumando esfuerzos por parte del gobierno, de los académicos y la sociedad en general podría resultar un proyecto interesante; el Cochayuyo chileno es un buen ejemplo.
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