Cuando se escucha a alguien hacer referencia a las lenguas yumanas como dialécticos no se puede evitar sentir cierta connotación peyorativa: un dialecto es algo que no alcanzó a ser una lengua; un dialecto es lo que hablan ellos, una especie de proto-lengua que en nada se parece al español, la cual es una lengua completa. Algunas personas tal vez no se den cuenta que la palabra dialecto está viciada por significados de discriminación.
En algún punto del tiempo pasó a ser común referirnos como lengua a aquel instrumento de comunicación que fuera reconocido como “estándar”, como la lengua usada por instancias gubernamentales –en nuestro caso, el español–, mientras que las demás quedaban relegadas a dialectos. Al final, la diferencia no es tan sencilla de hacer, y la única forma de discernirla es revisando cada caso específico, en cada país, en donde sutiles variables políticas o ideológicas entran en juego.
Los dialectos son hablados por las personas sin poder. Un dialecto es algo que nunca usaría alguien que gobierna.
En realidad, la diferencia entre lengua y dialecto es muy difusa entre la comunidad científica. Desde una perspectiva lingüística, todo lo que se habla es un dialecto y ninguno es mejor que otro; ninguno se merece el título de “lengua” más que otro.
En el uso común, una lengua puede hacer referencia a varios dialectos. Por ejemplo, los hispanohablantes reconocemos que hablamos “una lengua” más que algún “dialecto”. No obstante, es ampliamente sabido que si alguien escucha hablar a un hablante de español ibérico podría no entender mucho. Lo que es más, algunas hablas rápidas de chile, por ejemplo, son difíciles de entender para alguien fuera de la región. No obstante, agrupamos todos esos dialectos bajo una misma etiqueta, una misma “lengua”. Como el español es una lengua dominante, es extraño escuchar a alguien usar la palabra “dialecto” para referirse a ella: hablas un dialecto de español. La frase es correcta, pero parece extraña debido al significado que asociamos con dialecto. En cambio, será común escuchar a alguien decir que habla “el español de chile” o “español mexicano”.
La diferencia entre ambos conceptos también puede deberse a estratos sociales. La “lengua” es aquella hablada por las personas más cultas de un grupo social, mientras que las variaciones, como lo que se llegue a hablar en los anillos de pobreza de una ciudad, se “reducen a dialectos”.
Otra razón de que se apliquen ambos conceptos podría ser político. El lingüista Max Weinrech decía que una lengua “es un dialecto con un ejército y una fuerza naval”. Muchas veces es quien tiene el poder, aquel que puede hacer uso legítimo de la fuerza bruta, quien decide qué puede ser llamado lengua y qué es considerado un dialecto.
Y en algunos casos, la división es arbitraria. No hay razones objetivas para la distinción. Un ejemplo lo encontraos al sur de África en donde, a principios del siglo XX, los misioneros crearon una lengua llamada “Tsonga”. Declararon que tres lenguas de la región eran en realidad dialectos de una “lengua” que nadie hablaba pero que podía inducirse. Por otro lado, el gobierno de África del Sur determinó que existían dos lenguas distintas, el Zulu y el Xhosa, cuando desde un punto de vista estrictamente lingüístico, las diferencias entre ambas “lenguas” es mínima.
Una de las formas de saber si nos encontramos frente a dos dialectos de una misma lengua o frente a dos lenguas realmente separadas es el realizar pruebas de inteligibilidad. Si los hablantes de dos “dialectos” se entienden, entonces hablan una misma lengua. Esto es muy problemático. Tenemos el caso del alemán de Cologne y el alemán de Baviera: sus hablantes no se entienden pero están considerados como hablantes de una misma lengua. Al contrario, el suizo y el noruego son “dos lenguas distintas” pero los hablantes de los dos grupos se entienden.
Esto se vuelve aún más problemático cuando nos enfrentamos no sólo a cuestiones sociales (de estrato social) o políticas (de quién tiene la fuerza bruta) sino ideológicas. No es raro encontrar casos en donde los hablantes de algún dialecto A no quieren entender a los hablantes de un dialecto B. Uno, o ambos grupos insisten en que hablan lenguas distintas, pero desde un punto lingüístico “objetivo” son la misma lengua.
Pero entonces ¿son o no dialectos? Esta respuesta se resuelve más rápido de lo que se cree, por lo menos en el caso de México. Por la gran diversidad lingüística en la que vivimos, omitamos el uso del término “dialecto”. Más allá de que sea un término que en la comunidad lingüística tenga un significado preciso, en México ha sido cargado de un significado peyorativo que sería difícil transformar. Por lo tanto, en México no existen dialectos sino lenguas.
Y si alguien no entiende razones sobre empatía e insiste en marcar la diferencia, recuérdale un hecho que estará avalado por cualquier lingüista: stricto sensu todas las lenguas son dialectos.