Bienintencionado el primer edil, ocupa colaboradores que le ayuden a gobernar, no que le obstruyan el camino.

Administrar los destinos de un municipio tan complicado como el nuestro no es la tarea más sencilla de este planeta, aunque algunos funcionarios municipales así lo consideren.

Novelo, pues, ocupa darse un receso y analizar quien de su gabinete está rindiendo y quien transita en este mar turbulento nadando de muertito.

Y quien incurra en esto último así, sin consideraciones, que abandone la nave. No le queda de otra al presidente municipal más que tomar decisiones.

Marco Antonio Novelo debe atisbar un poco hacia el pasado inmediato para darse cuenta, si es que no lo ha hecho, como le fue a sus antecesores por no recomponer el rumbo en el momento adecuado.

En el esta y en nadie mas que no le pase lo mismo.

Y es que, al término de su gestión, los gobernantes se convierten en los hombres más solitarios sobre la faz de la tierra. Del tumulto que los arropa y encumbra a posiciones frágiles y efímeras, al frío témpano del desamparo.

El primer edil está a tiempo de rodearse de colaboradores que, en serio, colaboren. Que le aligeren el paso y le descombren el camino. Lastres le sobran.

El empresario venido a político ocupa reencontrarse de nuevo con los sectores productivos, respaldarse en ellos y en sus aportaciones, sin que esto signifique cederles el control de la administración.

Novelo requiere de asesores que le ayuden a distinguir entre lo ponderable y lo frívolo, entre el discurso que contribuye y aquel que desconcierta.

Marco, nuestro alcalde, necesita transitar con rumbo, con visión, con proyecto; alejarse ya del terreno de las ocurrencias y “el Dios dirá” para transitar vía la congruencia.

Marco Novelo tiene apenas 15 meses y días al frente de la administración municipal. El tiempo apropiado para dar golpes de timón y refrescar la tripulación.

En el y solamente en el esta el brincar la frontera de lo aceptable, de lo bien hecho, de lo correcto.

Lo otro es quedarse en lo cómodo de la improvisación y el desorden, en el canto adorable de la idolatría fingida y momentánea.