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La otra Ensenada

Recordando el puerto donde crecimos

Nota publicada el 23 de agosto de 2018
por Rafael González Bartrina

Ayer. Caminando por las blancas arenas, entre las dunas y el mar, sintiendo como las olas en compás asimétrico mojaban nuestros pies descalzos. Buscábamos ya acaso alguna concha de almeja pulida por el ir y venir en la suave arena, o alguna pequeña roca que hubiese sido también pulida que pareciera alguna gema brotada de algún cofre dejado al garete o enterrado por alguno de los muchos piratas, que sin duda, se refugiaban en nuestra maravillosa bahía. alguien buscaba, y encontraba, con es experiencia que da el calado del sol y el haber sabido comprender las palabras tutoras del padre, del hermano o del vecino, no falto nunca quien nos dijera como sacar almejas de nuestras preciosas playas. Caminábamos frente al viejo Hotel Playa, junto a “casa de Jack Dempsey”, a un par de cientos de metros nos detenía, nuestro caminar la salida al mar del Arroyo del Gallo, emprendíamos el regreso, caminando sobre la suave arena de la playa.

Se pescaba desde la orilla. Los pescadores, turistas por supuesto, clavaban sus cañas de pescar en la húmeda arena y esperaban pacientemente. Su paciencia se veía correspondida con un bello ejemplar de variadas clases de peces y pronto pescados.

Los “locales” íbamos a pescar más a la segura, caminábamos por la limpia arena de la bahía hacia el muelle de madera. Una construcción muy solida que databa de finales de 1928. Se adentraba a la bahía lo que parecía serian 100 metros, al final tendría una altura sobre del nivel del agua unos 10 metros. Recordemos que quien esto escribe tendría a la sazón unos 7 u 8 años y que el tamaño de las cosas y sus dimensiones se afectaban tremendamente con la impresión de la experiencia. Había jovencitos que osaban lanzarse en intrépidos clavados, No era raro ver cuando llegaban los barcos con turistas que accedían al pedido de “cora, cora” y lanzaban monedas de .25 de dólar, Considerando el tipo de cambio cada moneda tenia un valor de $2.15 pesos y después de la devaluación de 1956 subieron de valor a $3,15 pesos por una.

Ahora. Sentado en una de las bancas de los jardines del Riviera, viendo el pasar de vehículos, ruido, humo, aberraciones que trajo el voraz hombre y que en nombre de “progreso” destruyo nuestro insigne Cerro del Vigía, con sus entrañas quiso calmar al mar y romper sus olas. Llenó el rincón más seguro de la bahía con piedra, arena, escombro y más. Cambiaron el perfil de nuestro puerto.

Los cientos de embarcaciones dedicadas a llevar a los turistas de “pesca deportiva” ya no están. Estorbaron a los “grandes intereses” y ahora vemos gigantes cargueros e inmensos y lujosos Cruceros. Cuanta admiración causo el Kochi Maru cuando llego por primera vez. Quizás hubiese sido mejor no llegara, no ahí, quizás al otro lado de la bahía, donde los primeros desarrolladores y colonizadores habían en visionado un puerto, moderno, eficaz de calibre mundial.

Todo fue cuestión de dinero, de mucho, muchísimo dinero… hecho quizás legalmente quizás inmoralmente… me explico.

Los ojos del General Clark se recreaban de su mas reciente adquisición, el cerro del Chapultepec y se planeaba un fraccionamiento de lujo, con privacidad y todos los servicios. La bahía era incómoda para las embarcaciones que en gran número saturaban las áreas de aguas tranquilas. Los “expertos”, no en cuestiones portuarias, sino en maniobras para hacer dinero “aconsejaron” al Gral. Clark la ventaja que produciría hacer un largo rompeolas, un kilómetro mas o menos, y el material de dónde? Pues de aquí mismo de este cerro que no tiene dueño.

Y pronto, como dice el mago, ya el cerro tenia dueño, y este nuevo dueño ansiosamente hizo contrato con la compañía Clark y Mancilla para venderles toda la piedra que se necesitara para hacer, no solo el largo rompeolas sino el relleno de gran parte de la rada de la bahía, lo que se conoció como terrenos ganados al mar, Ganados por quién? Se preguntaban los ensenadenses.

Omití mencionar quien fue el afortunado adquisidor del cerro….. Adivinan mis astutos lectores, en efecto, el propio Gral. Clark que se vendió a si mismo o a su compañía a unos $500 pesos por tonelada de piedra…… Y la ironía llega en tiempos actuales en que hay un juicio por los sucesores de la familia Clark que quieren que se les pague por daños y perjuicios al quitarles parte de su propiedad sin compensación.

Dedicare mi próxima reseña para continuar narrando aspectos de la “Otra Ensenada”

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