Se trató de un fracaso anticipado, muy anunciado, muy advertido. Y así resultó: un auténtico fracaso.
Un fracaso para el organizador y un fracaso también para el gobierno que cedió, por dinero, la rectoría del festejo popular mas importante de Baja California.
Y no podía esperarse, salvo en la mente echa nudo de varios, un resultado distinto al que arrojó la edición número 102 del carnaval.
Se advirtió en su momento que “vender” la organización del festejo, resultaba una decisión que condenaba al carnaval al fracaso, al retroceso. Y aún así se montaron en sus machos.
Nunca preguntaron, nunca se documentaron, tampoco se asesoran. Cayeron en la misma zanja de soberbia que cavaron funcionarios de la administración anterior.
Ninguno de los carnavales que se celebran en otros puertos del país licitan su organización al mejor postor. Y no lo hacen porque privilegian el interés del festejo antes que la recaudación.
Por eso ahora. y como ocurre en los tropiezos, las lavadas de manos se ven por todas partes. Ahora resulta que solo el organizador es el culpable, cuando el desorden tiene muchos progenitores.
Incluso varios de los que alentaron la ocurrencia de vender la organización , hoy buscan clavos para crucificar al que se deje.
Licitar la organización del carnaval es una pifia enarbolada en intereses recaudatorios, cuando lo que se debe ponderar es elevar la calidad de la celebración.
Al organIzador se le exigió, además de una aportación económica, cumplir con un extenso catálogo de requisitos. Solo falto le incluyeran un apartado que dijera “también las perlas de la virgen”.
Y su error fue aceptar lo que sabía no lograría cumplir.
Ahora, después del pago de culpas, ojalá que las ocurrencias se hagan a un lado y predomine la congruencia rumbo al carnaval del 2021.
Y ya no más licitaciones por favor.