Esta Navidad tenía un significado muy especial, era la primera en que el hacedor de sueños, o sea mi padre que hasta antes de morir nos trataba a sus hijos como sus niñitos no estaba con nosotros.

Era también la primera ocasión en que mi nana, mi abuela tampoco estaría cerca para contarle las historias del día y esto implicaba no permitir el paso a la depresión y mantener la fortaleza contra todo.

Había pues que sacar la chamba del día, que incluía compras de última hora, un noticiero de televisión, preparar la cena y no permitir el ánimo en picada, afortunadamente con tantas cosas que hacer no había tiempo para deprimirse y si para cumplir con todo y procurar hacerlo bien.

Todo iba perfecto, es mas, tanto que había convencido a mis hijas de no hacer ningún comentario malévolo respecto a la navidad y a la existencia o no de Santa con el bebé de la casa, que de apenas seis años no debía perder este sueño.

Una noche antes, el 23 de diciembre, Roberto puso en tela de duda la existencia de Santa Claus, a boca jarro, nos espetó que el tipo de traje rojo y barba blanca era un cuento y no existía, que los regalos bajo el árbol eran porque yo los había comprado.

Repliqué que no, que la magia consistía en que si los niños se portaban bien los regalos tendrían algo dentro y para ello habría que dejarle algo a Santa junto al árbol de navidad.

Roberto había escuchado en un anuncio de la televisión algo de dejar galletas y leche así que pusimos manos a la obra y las galletas quedaron sobre la mesita de la sala, en la mañana, bueno alrededor de las cinco de la mañana, yo me levanté, me comí las galletas y me tomé la leche para que no hubiera dudas que Santa había aceptado.

Entonces todo debía ser perfecto, sin embargo desde antes de la cena y en el transcurso de ella, el bebé de la casa empezó con un berrinche, se dedicó a pelear con todos y se le advirtió que si continuaba, no tendría regalos, porque las cajas eran mágicas y el regalo aparecía conforme los abría.

Respondío seguro que los regalos ya tenían lo que el había pedido y mantuvo su postura y su berrinche.

Y entonces recordé la historia de un funcionario al que siendo niño una navidad le dejaron un carbón en el zapato, luego de haberse portado sumamente mal, la platiqué en voz alta e inventé otra de que a los pequeños latosos en lugar de regalo les tocaba un calcetín sucio, la primer idea que se me vino a la cabeza.

Fui entonces al cesto de la ropa sucia, saqué un calcetín mugroso lo metí en un caja que envolví con cuidado, puse un moño y una etiqueta que decía Robertito y como era el mas pequeño era el primero que abriría sus regalos después de cenar.

En efecto Roberto fue el que abrió la primera caja que le entregaron, la que yo acababa de envolver, puso cara de sorpresa y sacó el calcetín sucio al tiempo que decía con voz entrecortada: Santa me cambió todos los regalos.

Yo repliqué que si se iba al cuarto, y pedía disculpas a Santa Claus posiblemente las cosas cambiaban, se hizo silencio.

Roberto se fue a la recámara y regresó con los ojos llorosos y enrojecidos, pidió disculpas a todos y abrió su segundo regalo unos minutos después.

Era un juguete; Santa Claus lo había disculpado.