La reciente imposición de aranceles del 25% a las exportaciones mexicanas a Estados Unidos plantea un desafío significativo para muchas industrias nacionales, sin embargo, el posicionamiento de las marcas puede servir como un diferenciador crucial en este nuevo contexto económico.
Las marcas que han logrado establecer una conexión emocional con los consumidores estadounidenses tienen una ventaja competitiva que va más allá del simple precio.
Quienes construyeron este vínculo emocional gracias a su autenticidad, calidad y la historia detrás de cada producto, podrán mitigar los efectos gracias a que sus consumidores se sienten identificados y podrían estar más dispuestos a pagar un precio más alto que el habitual.
Y es que la lealtad se traduce en repetición de compra y defensa activa de la marca ante los aumentos de precios.
Quizás resultará menos complicado para exportadores de tequila o cerveza, donde la etiqueta juega un elemento definitivo al momento de la compra; complicado para los productos del campo —y todos los llamados commodities—que llegan a los anaqueles sin un logotipo que los respalde.
Pero quienes nos dedicamos a la publicidad hemos escuchado más de una vez que muchos exportadores dejan de lado este apartado “porque todo ya lo tengo vendido al otro lado”.
Y lo que todos sabemos: quien renuncia a la oportunidad de ocupar un espacio en la mente de un consumidor, deja el campo abierto para que otros lo hagan.
Las marcas que representan la herencia y los valores mexicanos pueden resonar profundamente con los consumidores estadounidenses, especialmente aquellos que buscan experiencias auténticas sin olvidar a la gran comunidad latina.
Esta identificación cultural puede motivar a los consumidores a elegir productos mexicanos sobre alternativas más baratas, incluso si eso significa pagar más.
Las costumbres de compra también juegan un papel importante, particularmente en segmentos donde las decisiones son cada vez más influenciadas por valores personales y sociales: quienes han apostado a campañas para enfatizar su responsabilidad social y sostenibilidad, podrían estar en una desventaja menor.
Hasta hace algunos años, China era un país de productos sin rostro, pero esa historia ha cambiado de manera paulatina: lo que podemos reconocer hoy es sólo la punta de un iceberg que tarde o temprano veremos completo, nos guste o no.