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La primera “caseta de cobro en Baja California”

Cuando el presente se encuentra con su pasado

Nota publicada el 31 de marzo de 2016
por Rafael González Bartrina

Para esta semana tenemos una combinación del pasado y del presente en una forma muy especial.

Hace unos días teniendo en mente un material de promoción para el Museo de Historia de Ensenada, tuvimos un encuentro con personal del parque Las Cañadas. Quien esto escribe, fue acompañado por José Armando Estrada Ramirez, socio del Seminario de Historia de Baja California.

Caminamos por caminos de terracería en muy buen estado de mantenimiento hasta llegar a algunos puntos de observación con vista al Arroyo de las Animas que se observa desde las alturas con una vista espectacular que en compasa varios kilómetros.

En amena charla con detalles informativos respecto tanto de la formación geológica de esa área como la importancia en tiempos misionales cuando, precisamente por el hecho de que en el lecho de ese arroyo se estableció el Camino Real Misional. El día estaba despejado suficientemente para tener una vista al sur hasta los cerros del Valle de La Grulla y al Norte hasta la Bahía de Todos Santos, destacando a pesar de la brisa marina en el horizonte el macizo de Punta Banda, la zona del Estero y entre bruma La Isla de Todos Santos. Es sin duda un lugar que ecológicamente funciona con la intención de proporcionar un servicio de descanso y relajamiento con entretenimiento sano para personas de todas las edades.

Fue ahí, en la altura, con una vista donde se percibe un “codo” en el arroyo, es una zona donde se estrecha de manera significativamente el cauce del arroyo precisamente donde principia el valle de Maneadero, que José Estrada, haciendo gala de la memoria prodigiosa con la que cuenta y su extenso acervo de conocimientos históricos, nos compartió la narrativa de un hecho más que curioso que ocurrió, precisamente ahí, en ese “cuello de botella” natural del Arroyo de las Animas cambia de nombre a Arroyo de Maneadero.

La historia se remonta a la época de la invasión filibustera de 1911, cuando, el 29 de enero de ese año, un grupo de mexicanos tomó a nombre del Partido Liberal Mexicano el poblado de Mexicali. José María Leyva y Simón Berthold eran los líderes del movimiento. La mayoría de los habitantes del poblado fronterizo de Mexicali se cruzó a Caléxico, California, donde permanecieron hasta el mes de junio. Varios de los residentes del área, como Rodolfo L. Gallego, Margarita Ortega, Natividad Cortés y Salvador Orozco, colaboraron con los rebeldes, mientras que miembros de las familias Ochoa -dueños de una ranchería- y Esparza también apoyaron en un inicio la revolución.

El objetivo expresado por Simón Berthold fue el de derrocar al gobierno de Porfirio Díaz. En los días siguientes se sumaron numerosos combatientes, muchos de ellos de nacionalidad extranjera. La mayoría eran miembros de organizaciones socialistas y anarquistas de los Estados Unidos, entre los que predominaban integrantes de la agrupación anarquista.

Damos un salto en tiempo hasta el día 5 de junio, cuando Luis James trató de izar una bandera parecida a la estadounidense en Tijuana, pero los mexicanos, entre ellos los indígenas pai-pai y kiliwa, al mando de Emilio Guerrero, quemaron la bandera. En los días posteriores, hubo muchas diferencias entre los insurrectos. Guerrero y sus hombres debieron enfrentarse a varios estadounidenses, hasta que al final se retiraron hacia los poblados localizados al sur de Ensenada. Paradójicamente, meses después Guerrero acusó de filibusteros a los hombres que ocuparon Tijuana.

Y es precisamente en este momento en que conectamos la narrativa de los filibusteros y el Camino Real misional en su tramo La Grulla – Ensenada.

En su paso del norte de la península hacia el sur Emilio Guerrero y sus hombres (unos 30) se establecieron en ese “codo” del arroyo que describíamos. La orografía del terreno les permitía poder observar a distancia cuando alguien viajaba tanto al sur como al norte y aprovechando las características del terreno establecieron un “fortín” donde, bajo amenaza carabinas y rifles, obligaban al sorprendido viajero a pagar “peaje”, (algo por el estilo de nuestras modernas e eficientes casetas de cuota).

La presencia de estos forajidos no se prolongó por mucho tiempo. Solamente lo suficiente como para que la historia los identifique y los recuerde como protagonistas de desarrollo de nuestra comarca. Desde ese entonces se conoce este recodo en el arroyo como “El Fortín” .

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