De las preguntas que han perseguido la investigación lingüística durante varios cientos de años está, sin duda, aquella que pretende apuntar a la primera lengua hablada por el ser humano. En una columna anterior había comentado un poco sobre las implicaciones políticas de esto. Saber cuál fue la primera lengua, o ser capaz siquiera de sugerirla, implicaría reconocer cuál fue el pueblo originario. No por nada la pregunta está vinculada a principios religiosos. La primer lengua ¿fue el hebreo o sánscrito? ¿fue el maya o el japonés?
Con la investigación actual, lejos de tener una respuesta, se nos muestra un escenario más complicado pero menos dogmático. En la antigüedad respondía fácilmente a la pregunta: la primera lengua fue un regalo divino dado a Adan y Eva en el Jardín del Eden. Ahora, esa respuesta sería insuficiente. No fue hasta principios del siglo XVIII y XIX que se desarrolló la disciplina que empezaría a brindar deducciones sobre el origen de los lenguajes.
La lingüística histórica se planteó como propósito identificar lenguas, compararlas y agruparlas en familias lingüísticas. A su vez, se da la tarea de reconstruir proto-lenguajes, es decir, lenguas hipotéticas que ya no se hablan pero que debieron de existir hace miles de años. Estas lenguas son deducidas a partir de los procesos más comunes de cambio lingüístico que se ven en la actualidad.
Muchos lingüistas históricos creen que es posible recorrer el pasado de las lenguas, de manera cautelosa, llegando hasta las decenas de miles de años atrás; otros, creen las lenguas han cambiado tanto que los métodos usados por esta área de la lingüística no son de fiar. La pregunta sigue abierta, y se han propuesto varias hipótesis sobre la lengua primaria, aunque en el camino, se ha encontrado que es igualmente interesante averiguar los métodos de cómo esta (o estas) primeras lenguas sucedieron. Tal vez, se ha sugerido, la gente inventó el habla imitando a los animales u otros sonidos de la naturaleza. Poco a poco estos sonidos adquirieron significados; o también, se le fue otorgando un significado más abstracto a los sonidos emitidos como resultado de nuestras pasiones y dolencias (gritos de alegría o dolor).
Lo malo de aquellas propuestas es que, aunque hipótesis para iniciar la investigación, resultan difíciles de probar. La lingüística, como toda ciencia, no sólo necesita de alocados modelos que expliquen un fenómeno dado, necesitan de evidencia y datos que puedan corroborar tales modelos.
Ha sido especialmente en los últimos años que más disciplinas están interesadas en la pregunta sobre el origen del lenguaje. Los paleontólogos han mejorado nuestra forma de datar el pasado del ser humano, proponiendo hipótesis de cuándo pudo haber surgido el lenguaje. Tal vez con los primeros Homo los cuales iniciaron con el uso de herramientas hace aproximadamente dos millones de años. O tal vez, con la explosión artística que sucedió al mismo tiempo que los seres humanos más parecidos a los humanos modernos, hace aproximadamente 15 mil años atrás.
Una estrategia aplicada por algunos lingüistas y psicólogos es la comparación entre ontogenia y filogenia. La ontogenia es el estudio de un solo organismo desde su etapa embrionaria; la filogenia, es el estudio y clasificación de las relaciones de parentesco entre especies. En el caso del lenguaje, se estudia el desarrollo de esta capacidad en infantes y la forma en que dejan de ser animales sin lenguaje para convertirse en niños con competencias lingüísticas. Después, las conclusiones del desarrollo de un organismo (el niño) se aplican al desarrollo de esa habilidad a toda la especie. Otra disciplina encaminada a este propósito es la primatología, el estudio de los primates. Con esto se ha podido llegar a conclusiones de en qué aspectos nuestras habilidades lingüísticas se parecen y en cuales difieren.
Pero probablemente la disciplina que ha arrojado más luz sobre el desarrollo del lenguaje es la anatomía. Resulta que en algún punto de nuestra evolución nos separamos de otros primates y animales por la particular forma de nuestra faringe. Al estar en la posición precisa en donde se encuentra, tenemos un amplio espectro sonoro. El costo es que no podemos engullir y hablar al mismo tiempo. La habilidad humana para producir distintos sonidos con nuestro aparato fonador va justo en contra de nuestra habilidad para masticar, respirar y tragar –habilidades que uno consideraría superiores para la sobrevivencia. ¿Cómo es que sucedió este error evolutivo? pareciera que nos deja en desventaja frente a otras competencias naturales. La posición baja de la laringe puede ser la razón de que muchos hayan muerto ahogados en el pobre intento de comer y hablar al mismo tiempo. Pero frente a esta desventaja sobre sale nuestra mayor ventaja de sobrevivencia: crear sociedad y cultura.
En otra columna seguiré deshebrando las distintas respuestas a esta pregunta, por lo pronto los dejo con una pequeña reflexión ¿ustedes creen que el lenguaje es innato o lo aprendemos? ¿Estamos destinados a hablar o sólo hablamos porque crecimos en un contexto en donde es necesario hacerlo?