Recientemente se dio a conocer la noticia de que una estudiante de 13 años de edad de una Secundaria ubicada en Ciudad Juárez, Chih., denunció formalmente el 5 de febrero a uno de sus maestros acusándolo de abuso sexual agravado, ya que éste le solicitó el 28 de enero sentarse más cerca de él bajo amenaza de castigo, haciéndole varios tocamientos frente a sus compañeros de clase.
En esa semana la joven acusó a su maestro frente a las autoridades escolares y lo que hicieron fue cambiarla de grupo y turno, además de aconsejarle que no le dijera nada a su madre para “no causar alarma entre la comunidad estudiantil y la sociedad de padres”.
Obviamente aún no hay un veredicto en cuanto a la culpabilidad o inocencia tanto del abuso del profesor como de la negligencia de la escuela y autoridades del SNTE que supieron del caso.
Es importante mencionar que el silencio de las personas agredidas, de los perpetradores y de las instituciones es un arma básica en la consecución del abuso, violación, acoso o agresión de cualquier tipo que agravio a la sexualidad de una persona, ya que por medio de esto es precisamente que se construye una sociedad en la que se vuelve a victimizar a las personas que viven estas situaciones y además hace crecer el cálculo del sub-registro, en donde se estima que por cada persona que vive una situación de violencia sexual, hay otras cuatro que no han dicho nada por miedo, vergüenza, pudor o sensación de que nadie va a creernos o hacer nada al respecto, y a esto se suman las actitudes (familiares e institucionales) que lamentablemente lo comprueban.
Romper el hábito es lo primero, pero decirlo es de verdad mucho más fácil de lo que realmente es, pues el silencio es un elemento arraigadísimo de nuestra cultura sexual. “Eso no se pregunta”, “esa palabra (pene/vagina) no se dice”, “es grosero tocar ese tema, especialmente en la mesa”.
A eso agregamos el silencio que pretendemos como freno de los impulsos sexuales de los más jóvenes que no necesitan ser hablados para existir y tomar un rumbo riesgoso si no se le educa adecuadamente. Luego a esto se une el silencio en la pareja en cualquiera de sus etapas, donde ocultamos hechos y sentimientos importantes por lo mismo: miedo.
No pretendamos con esto y más que el silencio en cuanto a las agresiones sexuales desaparezca porque usamos un color o dedicamos un día a darle visibilidad a la violencia de género, a estar en su contra, a tratar de hacer visibles sus formas menos obvias. Es un trabajo de todos los días, y como esta denuncia hay tantas otras que pretenden justo eso.
El remedio no es solo la denuncia y la sentencia de individuos que tuvieron poco o nulo acceso a la educación de la sexualidad antes de cometer un delito, sino también el empoderamiento de las personas y de las instituciones en todos los niveles para dejar de decir que “ya sabemos cómo es ese maestro”, “no le van a hacer nada” y demás frases que nos alejan de parar la avasallante estadística de violencia sexual que vivimos.