Estas enfermedades comprometen el funcionamiento endocrino-metabólico de las personas que las padecen y tienen efectos muy serios en la salud y la calidad de vida, impactando en su sexualidad incluyendo áreas tales como autoimagen, vínculos afectivos, capacidad reproductiva, entre otras sin distinción de género, aunque la actitud hacia ello está permeada por este último factor.

Es importante añadir que al inicio de los síntomas o del diagnóstico frecuentemente hay efectos negativos en la expresión sexual y el sentimiento de satisfacción en esta y otras áreas de la vida, pues con ello hay una crisis vital que trae con ello una reestructuración de los vínculos familiares y de pareja que pueden estar permeados o influir en el estado de ánimo respecto a la enfermedad y el apego al tratamiento. Todos estos factores se afectan entre sí.

Respecto a la parte reproductiva en relación a los trastornos endocrinológicos, suele ser una causa de mayor atención por ser un motivo de consulta médica que además se valida como tal (¿por la idea de que tener hijos es lo más importante?), pero que suele ser “sinónimo” de atención de la sexualidad de las personas que solicitan el servicio, lo cual es un reflejo de la formación insuficiente en cuanto al campo de la sexualidad en el personal de salud y de lo sedimentada que está la ideología social de que la reproducción y la sexualidad son lo mismo. De esta forma se olvida que la sexualidad implica además de la reproducción, aspectos sociales, psicológicos y biológicos que se relacionan con las emociones, la intimidad, el amor, la identidad, entre otras muchas que nos ayudan a construir un sentido para nuestra vida.

Desde el punto de vista de la Endocrinología, la sexualidad es un área importante donde se expresan los síntomas de los trastornos metabólicos y sus efectos sobre otros sistemas y se asume que el control de la enfermedad revertirá los efectos negativos en esta área a menos que existan comorbilidades (hipertensión arterial, por ejemplo). Esta lógica asume la sexualidad como un asunto secundario, donde la prioridad es mejorar el estado del cuerpo, dejándose de lado la cualidad multidimensional de este aspecto de la vida.

En Sexología tratamos de tomar en cuenta esta multifactorialidad sin dejar de lado los aspectos fisiológicos, sino de incluir las cuestiones psicosociales de la persona que influyen en el desarrollo de su enfermedad y el apego al tratamiento de la misma y, en su momento, del de su disfunción sexual que, dicho sea de paso, difícilmente será únicamente médico, sino que incluirá el apoyo en la promoción de hábitos que hagan de su vida sexual algo más satisfactorio.

Un dato interesante es que a pesar de que los trastornos endocrinológicos como la diabetes son tan comunes a nivel mundial y de forma particular en nuestro país, no haya una visibilización no solo científica sino también social (como han tenido las expresiones no heteronormadas de la sexualidad) de las necesidades sexuales particulares de las personas que viven con estos diagnósticos y tratamientos, así como con sus mitos y estigmas muy particulares, como por ejemplo: la creencia de que la diabetes es un camino inevitable al cese de la vida sexual; que la disfunción eréctil originada por sus efectos sólo puede tratarse por medio de sildenafil en cualquiera de sus presentaciones; que los detrimentos en la respuesta sexual son un riesgo inevitable de separación de las parejas o de no poder tener una nueva relación; entre otros.