Frente al puerto de Ensenada se enraíza una isla que protege a los que habitan la bahía. Es fácil de ver, y tal vez por eso pasa desapercibida. Nadie recuerda su origen aunque todos saben un poco de su historia. De alguna manera, si escarbamos en nuestra memoria, empieza a brotar su nombre.
Sucedió hace mucho tiempo. Cuentan que acababan de llegar a estas tierras. Habían viajado desde el norte, desde aquel gran lago. El invierno los había obligado a abandonar la sierra y se acercaron al mar, buscando un mejor clima.
Cuando llegaron a la playa, encontraron una gran bestia atormentando el océano, matando a las criaturas que ahí habitaban. La gente no sabía qué era o cómo nombrarla. Tenía un gigantesco cuerpo oscuro y una boca llena de filosos dientes. Aquel ser olisqueó el aire y con rapidez se dirigió a donde se encontraba la gente, la cual temerosa buscó ocultarse en los cerros.
Debían ir al mar por la comida que ahí crecía, pero la bestia no los dejaba acercarse. No podían ir a la sierra por que el invierno arreciaba. Estaban atrapados y no sabían qué hacer. La bestia sacudía su gran cola levantando agua por todas partes y creando niebla y lluvia durante la tarde y noche. A veces, en la mañana descansaba pero en cuanto alguien se acercaba, volvía a levantarse, mostrando sus feroces garras.
Una anciana se separó del grupo. De piel roja y arrugada, vestida con finos trozos de corteza color café, los cuales contrastaban con su largo cabello blanco. La señora de pies desnudos había tomado una decisión. Debía salvar del hambre a su gente, debía hacer algo contra esa bestia.
Sabía que en algún lugar de esta ensenada, durante el invierno, cruzaban unos seres milenarios. Lo sabía por las historias de sus ancianos, pero nunca había sabido en dónde. Tal vez aquellos seres sabrían qué hacer. Recordó que la señal de esas bestias eran torres de agua que salían del mar.
Se fue sola a buscarlos. Cuando llegó a una de las puntas de la bahía, vio las torres de agua salir del mar. Pero para su mala suerte, los grandes seres milenarios ya estaban lejos, se marchaban al sur. La anciana se puso triste, y lloró en aquella colina. Le hubiera gustado saber el nombre de aquellos seres milenarios y gritarles para que regresasen. Entonces, impulsada por su propia lengua, gritó un nombre al aire.
“¡Chipay!”
Así, durante otro largo instante, volvió a gritar aquel nombre. Hubo un gran silencio y entonces la tierra se abrió.
De la tierra surgió una gran torre de agua que se desvaneció en el aire. La bestia de la bahía se dio cuenta de aquella torre y fue corriendo hacia donde estaba la anciana.
La anciana, con miedo, miró a la bestia abriéndose paso. Cuando el animal se encontraba muy cerca, la anciana gritó nuevamente aquel nombre. De la tierra volvió a salir aquel rugido y la bestia se paralizó.
La anciana supo entonces que su lengua tenía poder. Tomó fuerza, y de la tierra salió otra columna de vapor que produjo un rugido de entre las rocas y el agua.
Le hablaron a ella....
“…wixal...”
Con fuerza renovada la anciana recordó el nombre de la bestia, y en el nombre estuvo su ser y su vida:
¡May!
¡Chipaywixal xay!
La bestia tuvo que obedecer. Se metió lentamente al mar y su piel se endureció. Cerró sus ojos y quedó profundamente dormida.
El mar se tranquilizó y la gente pudo ir al mar a buscar comida. Así sobrevivieron a ese y los otros inviernos, y así es como ahora nosotros sobrevivimos.
A la anciana nadie la volvió a ver, pero en aquella colina en donde se escuchó la lengua antigua se encuentran muchos cantos rodados.
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Cuento: versión propia
Este cuento está en la mente del ensenadense. Antes de saber del dragón dormido, sabía que algo tenía esa isla de extraña. Poco después, en el 2009, encontré una historia en internet que me gustó, pero le hacía falta algo. Con ayuda de hablantes de paipai vine a dar con este nombre.
En este proceso de nombrar el mundo, también interviene el proceso de crear historias para darle sentido al mundo. ¿Conoces otra parte de la historia? ¿Te gustaría agregar algo al mito? Espero tus comentarios.
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